Trabajando en voz alta: flipped clasroom y aprendizaje adulto

El educador mediocre habla. El buen educador explica. El educador superior demuestra. El gran educador inspira. William Arthur Ward.

Los adultos senior, los Golden Workers, estamos muy acostumbrados a las tediosas clases magistrales para conocer una nueva política de la empresa, una nueva herramienta de trabajo, un nuevo proceso que poner en marcha. Estamos tan acostumbrados que podemos asistir a sesiones de 5, 6 y hasta 8 horas de duración sin intentar asesinar al ponente que no calla... ni debajo del agua. De hecho nos produce un cierto fastidio cuando se nos pide trabajar en grupo o realizar una dinámica, es mucho más confortable dejar volar la imaginación, dibujar figuras geométricas, jugar a escondidas al CandyCrush o intentar dejar la mente en blanco en busca del nirvana.

No importa lo necesario que sea para nuestro trabajo el tema que se aborda en la sesión, resistimos aproximadamente unos 20 minutos hasta perder totalmente nuestra capacidad de atención y concentración. Y lo más triste: el ponente lo sabe y nota incluso en su piel la desconexión que se está produciendo, siente en sus carnes cómo se alejan los asistentes en busca de mejores aventuras que les brinda su imaginación.

Los expertos estiman que el tiempo que un adulto puede permanecer atento a un discurso es de 20 minutos aproximadamente y que su atención empieza a decaer a los diez minutos. 

Si añadimos a eso que internet nos ha vuelto impacientes y saltamos de web en web, de fragmento en fragmento, incapaces de quedarnos por un tiempo paladeando la palabras, consumiendo sin parar pedacitos de información inconexa, olvidando la reflexión, la vuelta atrás, el repasar un concepto que se nos resiste, que ya no subrayamos ni seguimos con el dedo..., en fin, que si lo extendemos a nuestras clases presenciales, los tiempos de oratoria, magistralidad y lectura de powerpoints deben ser necesariamente muy, pero que muy cortos, a imitación de los breves mensajes de Twitter, los vídeos de gatitos de un minuto en YouTube o la frase rápida a un contacto de Facebook deseándole feliz cumpleaños.

El formador debe fundirse con el grupo frecuentemente. Al estilo de los antiguos maestros oradores, sus palabras deben ser la llave que abra las mentes de los asistentes, debe inspirar para que sea el oyente el que se ponga manos a la obra, el que entre en acción. y se erija en el protagonista de su proceso de aprendizaje.



"Do it Yourself", DIY es la consigna y si lo es de forma colaborativa, mejor.

Hace poco realicé una prueba en este sentido reforzando además mi creencia de que la mejor manera de aprender algo es enseñándolo a otro.

En la última parte de la sesión, acabada la exposición y el taller de aplicación, indiqué a los participantes que escribieran en un post-it aquella idea sobre la que quisieran profundizar, la duda que les hubiera quedado sobre cualquier parte de lo tratado en la sesión, o indicaran una herramienta que quisieran analizar más a fondo.

Una vez todo el mundo hubo aportado su cuestión, las intercambié de forma que cada persona tuviera en sus manos el post-it de otro participante. Se organizaron por parejas, conectaron sus smartphones, tabletas, portátiles..., y les pedí que entre los dos resolvieran la duda o ampliaran la información solicitada.

Realizado el ejercicio, fueron resueltas por supuesto todas las dudas planteadas y devuelto el post-it con la información añadida a quien había formulado la consulta.

Lo interesante del ejercicio, cuando les solicité feedback, es que gran parte de las personas del grupo creían desconocer la respuesta que se les solicitaba. El hecho de trabajar en parejas les había empujado a buscar la mejor explicación posible y, junto a la posibilidad de acceder a información a través de internet, les había convertido en expertos en el tema en un tiempo récord.

Aprendieron enseñando y dispararon la espoleta de la curiosidad y muchos de los participantes afirmaron que seguirían indagando y profundizando en el tema que les había tocado resolver.

Comentarlo y explicarlo a otra persona hacía más fácil la comprensión del asunto. Es lo que se llama "trabajar en voz alta" que nos permite aprender entre colegas, aprender enseñando.






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