El formador que aprende. De maestros a facilitadores de procesos de aprendizaje

Diario de una transformación: de enseñar lo que se sabe a enseñar lo que se es.


Hace algo más de un mes preparaba con ilusión un taller para formadores internos de una gran organización, especialistas todos ellos con gran experiencia laboral y poca experiencia docente.

Como en todas las grandes organizaciones el plan de formación se traduce en un catálogo de oferta formativa presencial que no contempla ningún tipo de personalización y que empieza a plantearse, por cuestiones presupuestarias, la formación online, para no reducir su oferta formativa.

En el mismo sentido, el de la reducción presupuestaria, la apuesta por formadores internos supone ahorro de tiempo (no es necesario transmitir a un externo los valores y cultura organizativa), de dinero (en el caso de que retribuya la docencia interna suele ser con cantidades simbólicas) y casi siempre ganando en cuanto a la competencia en la materia a abordar.

En muchas de estas grandes organizaciones cuando se habla de elearning se piensa sobre todo en almacenes de contenidos  y cuando se habla de interactividad se piensa fundamentalmente en foros o muros donde responder a cuestionarios o problemas sobre temas internos. En contadísimas ocasiones se piensa en la posibilidad de trabajar colaborativamente y compartir el conocimiento que reside en los profesionales de la organización.

Los participantes que iba a encontrar en el taller no asistían de forma voluntaria, sino que su participación era el requisito imprescindible para homologarse como formadores, por lo tanto mi planteamiento de partida debía ser el de seducirlos para la docencia, abrir esa ventana al bello arte de compartir conocimiento y ayudarles a desarrollar su habilidad para comunicarse.

Las cosas han cambiado enormemente desde el primer curso que yo recibí de formación de formadores en el año 84. Se hablaba entonces de la ingeniería de la formación y de Le Boterf y aprendí entonces qué era un plan estratégico, cómo redactar un objetivo, qué metodología aplicar dependiendo del contenido a impartir, etc, etc, etc..., pero ni una palabra del aprendiz, del participante en una acción formativa.



Más tarde asistí a un sinnúmero de actividades que tenían que ver con la dinámica de grupos, la oratoria, la metodología del caso, la andragogía..., en un lento y progresivo acercamiento al destinatario de mis sesiones formativas, por supuesto presenciales, porque estoy hablando de un mundo en el que Internet era sólo un experimento de militares y universitarios.


Eran años de vacas gordas y los planes de formación incluían actividades que tenían más que ver con la cohesión de equipos, la motivación y la compensación, que con aprendizaje. Llené mis días de outdoors y navegué a vela, descendí en tirolina por un barranco, construí cabañas en el bosque y jugué a todos los juegos posibles. Seguíamos acercándonos al aprendiz.

La informática nos trajo la posibilidad de archivar ingentes cantidades de contenidos primero en Diskettes o Floppys, luego en CD Rom. Y nuestro aprendiza empezó a alejarse de nuevo.

Pero llegó Internet y lo cambió todo... el aprendiz huyó del aula y de nuestra oferta formativa. Los Departamentos de formación algo sospechábamos antes de esa auténtica revolución en las maneras de aprender... Sospechábamos que si eliminábamos nuestros catálogos de formación, no por ello los profesionales dejarían de aprender.


Aprendemos de los colegas y con los colegas y a partir de la irrupción de Internet en nuestras vidas, aprendemos en cualquier momento y en cualquier lugar, sobre todo desde la aparición de los dispositivos móviles.

De nada sirvió poner puertas al campo y prohibir el acceso de los trabajadores a la Internet social, creímos que así mantendríamos el control de la situación, pero los dispositivos móviles permiten no sólo consultar información desde el lugar de trabajo sino estar conectados permanentemente con los mejores expertos en cualquier campo del saber... que en muchas ocasiones están en la propia empresa.

La oferta formativa tradicional se fue reduciendo lentamente, sobre todo en cuanto a su duración, y actualmente es casi imposible reproducir acciones formativas como las que yo montaba en los años 90, de cuarenta horas de duración. Sin ir más lejos, la semana pasada una empresa me preguntó si una acción que yo a regañadientes había previsto de seis horas de duración, podía impartirla en tres (!?).

Todos sabemos porqué sucede eso. Las plantillas se han reducido hasta mínimos casi intolerables y es un lujo para cualquier empresa permitir que un trabajador se ausente de su lugar de trabajo una jornada completa.

Por otro lado, tanto efecto de la crisis como de la facilidad de acceso a la información, la responsabilidad del propio desarrollo profesional recae sobre el trabajador, ya no es una obligación exclusiva de la empresa.

Ante este panorama, los tradicionales cursos de formación de formadores han perdido sentido y me propuse replantearme su contenido por completo.

Si partimos de la base de que más de la mitad de los procesos de aprendizaje en la empresa se producen entre colegas, interaccionando con otros profesionales, el quid de la cuestión está en permitir que los formadores sean canales por los que fluya esa interacción, los conectores del conocimiento interno. Su función principal debería ser crear redes de conocimiento interno y estimular la participación en ellas de los profesionales de la organización y su entorno.

Y si tenemos en cuenta que uno de los problemas que nos ha traído la búsqueda de información en Internet es la "Infoxicación", esa sobrecarga informativa o infobesidad que todos padecemos por ese bombardeo constante de información a través de múltiples canales, será misión principal del formador "curar" los contenidos necesarios para la actualización permanente de los miembros de la organización. 



Y si es cierto que gran parte de la responsabilidad sobre su desarrollo profesional ha recaído sobre el propio trabajador, será tarea del formador facilitar las herramientas para personalizar al máximo el plan de formación de cada profesional, creando "Entornos Personales de Aprendizaje", que luego puedan ser compartidos por el resto de compañeros, facilitando así la creación de la inteligencia colectiva de la organización.

Así que la nueva formación de formadores pasa por sumergirse de lleno en las Tecnologías del Aprendizaje y el Conocimiento (TAC) que nos permitan ser los facilitadores de los procesos de aprendizaje de los profesionales de nuestra organización.

                       

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