Soledad a cuatro voces. Capítulo, 9 en el corazón de los Golden Workers.

No quiero un futuro, lo que quiero es un presente. Me parece más valioso. Sólo se tiene un futuro cuando no se tiene un presente, mientras que si se tiene un presente, uno hasta se olvida de pensar en el futuro. Robert Walser, Los hermanos Tanner

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Dafne va al mercado. Hace meses que no cocina para otros y eso le pone un poco nerviosa. Para no complicarse la vida, idea de primero una ensalada de berros, chicoyas, cebolla tierna, tomate muy picadito, nueces, piñones y pasas, sobre la que regará una ligera vinagreta de mostaza y miel.

Y de segundo, ya que está en Barcelona, mar y montaña, un pollo con gambas que le suele salir buenísimo. Y de postre fresones con vinagre que quedan muy melosos.

Hace tiempo también que no acude al mercado. Le sorprende ver la cantidad de paradas cerradas, ¡dichosa crisis!, pero su verdulería de confianza está abierta, aguanta al pie del cañón.

En la parada sólo está Lali, ¿y tu marido, guapa, lo tienes trasteando cajas de fruta? le pregunta Dafne, -¿el Toni?- responde Lali, ha dejado la frutería, ahora lleva un camión enorme, desde Valencia hasta Amsterdam, o desde Murcia hasta Munich, lo que toque que tanto da, que esto no daba para dos sueldos y da justito para el mío... Y ha tenido suerte de que en la empresa de su primo Mariano se jubilara un camionero, porque no hay faena por ningún lado y con la edad que tiene el Toni, mucho menos. Pasó el examen de camiones, el E y el C1 o como se llame, y ahí lo tienes, rodando por las europas. Y mientras yo me levanto cada día a las cuatro de la mañana para cargar lo mejorcito para mis clientas en MercaBarna... ¡qué tiempos más malos!

Otra reinvención, piensa Dafne, y recuerda que el último taxista que la trajo a casa desde el aeropuerto era arquitecto reconvertido en taxista por culpa (gracias a..., dijo él) de la crisis.


Ya en casa monta la comida en un visto y no visto y abre, para que se oxigene, una botella de Rioja que Manuel guardaba para una ocasión especial.

Sus invitados van llegando en el mismo orden que en su primera visita. Miguel, el matemático aparece con ojeras de haber dormido poco y un brazo de gitano de nata. Fran, el escritor y orador, hecho un pincel y con una botella de vino. Y Arturo, el expresidiario con las manos en los bolsillo y una hermosa y agradecida sonrisa en los labios.

Dafne está un poco azorada. Tres hombres pendientes de ella, que intentan alagarla y ganarse su confianza; se siente como una adolescente rodeada de pretendientes y eso la incomoda pero también le produce un dulce cosquilleo.


Los tres alaban la comida, aplauden la decoración de la mesa y el bienestar que se respira en la casa, los tres aspiran a merecer la habitación de Dafne.

La conversación va deslizándose suavemente hasta el final del segundo plato y Miguel como quien no quiere la cosa lanza la primera pregunta incómoda de la velada: ... Y vosotros ¿cómo habéis llegado a esto, a no tener casa propia, a tener que compartir una habitación?

Un hondo silencio se instala por unos momentos en la habitación, pero rápidamente Fran entra al trapo: Los tiempos están cambiando, Miguel, no sé si te has dado cuenta. Fran no puede evitar un tonillo de superioridad profesoral, las familias ya no son lo que eran, hay casi tantos modelos de convivencia como personas y todo vale. Segundos matrimonios con los hijos de ambos, por ejemplo, conozco un caso en el que se han juntado las dos ex-mujeres de un mismo hombre, pisos de estudiantes de más de 35 años, hijos de mas de 40 que vuelven a casa de sus padres al perder el trabajo... hay de todo.
 
¿Sabéis cuánta gente vive sola en esta ciudad? le corta Miguel. En Barcelona hay un 24% de hogares unipersonales, unas 150000 personas. La soledad es uno de los problemas más frecuentes entre los mayores de 50 años. No os quiero aburrir con estadísticas pero algo habrá que hacer porque las cosas se están poniendo muy difíciles para mantenerse uno mismo; los sueldos bajan, los gastos no..., es normal que la gente busque alternativas como la de compartir piso.

En mi caso, insiste Fran, se trata de una solución transitoria, lo tengo claro. Mi idea es encontrar un nido, un refugio a mi medida y mientras tanto esta es una solución perfecta. No es un hotel, es como estar en familia y puedo buscar mi paraíso con tiempo y tranquilidad.

Yo no tengo alternativa , continua Miguel, la hipoteca de la casa donde viven mi ex-mujer y mi hijo se lleva más de la mitad de mi salario. Antes con dos sueldos, no importaba demasiado, ahora no me permite de ninguna manera alquilar un piso para mí solo. Sólo me queda compartir,... y apenas me quedará para comer. Afortunadamente soy una persona austera y vivo con muy poco.

¿Y tú, Arturo?, increpa Fran, ¿cual es tu caso?

Arturo levanta la mirada. Yo en este momento de mi vida procuro vivir al minuto, olvidar el pasado y paladear cada segundo que me regala el día. Como Miguel, tampoco puedo elegir, o sí, podría decidir (o podrían decidir por mí) vivir en la calle, un cajero, cuatro cartones, iniciar mi peculiar descenso a los infiernos. Os sorprendería escuchar la historia de muchos de los "sin techo". A mí me gustaría no llegar a eso, pero la línea que nos separa de ser excluidos sociales es muy delgada, mucho más delgada que hace unas décadas.


Cuando yo acabé la carrera, estaba convencido de que tenía el camino trillado, que mi vida sería una línea continua ascendente. Si me hubierais dicho entonces que la vida se organiza en ciclos, que mueres y renaces un montón de veces, no lo hubiera creído, todo indicaba ese progreso continuado para todos. Parecía evidente entonces que la vida no iba en zigzag sino de forma lineal cada día mejor, cada día un poco más... Pero la realidad ha sido muy otra. Se parece más a una espiral en la que cada bucle es una etapa y entre etapa y etapa morimos un poco, nos despojamos de los que nos ha sido útil en ese período y desnudos de nuevo, recomenzamos, renacemos a un nuevo ciclo. Dicen que renovamos todas las células de nuestro cuerpo cada diez años... Mis ciclos son más cortos, pero me he reinventado un montón de veces, me he sentido un hombre nuevo varias veces y he sentido que todo lo que constituía mi vida ya no me valía, otras tantas. 

Ahora estoy comenzando un nuevo ciclo. Está todo por estrenar, nuevos valores, nuevas creencias, a qué me dedicaré, de quién me enamoraré, cuáles serán mis lecturas preferidas o los rincones de le ciudad que me darán cobijo. Todo por estrenar...

No está mal la teoría de los ciclos, le corta Fran, pero yo estoy convencido de que cada uno de nosotros puede mover los hilos de su destino, querer es poder, puedes ser "el capitán de su alma", como decía el poema que recitaba Mandela. Creer en uno mismo es fundamental para huir de ese mal fario del que hablas, Arturo. Vuestro problema es un problema de autoestima. La voluntad mueve montañas y la fe en uno mismo es el combustible necesario para recargar continuamente la energía para moverlas. En tiempos de crisis sobreviven los que apuestan por sí mismos...

Dafne les escucha en silencio, pendiente de que en la mesa no falte nada y tan atenta a los gestos como a las palabras.

Fran está ligeramente inclinado hacia atrás, le encanta escucharse a sí mismo y llevar la voz cantante. Tiene una bonita voz de barítono, lo sabe y por eso habla despacio, modulando, casi paladeando las sílabas. Miguel ha ido creciéndose a lo largo de la comida y ahora asiente a cada afirmación de Arturo. Parece el anfitrión de la casa, como si hubiera vivido aquí desde siempre. Se le ve cómodo y confiado. Y Arturo..., Dafne suspira levemente, no puede dejar de mirarle, sus largas y huesudas manos, el pelo gris, la mirada tan profunda y triste de color gris que la tiene hipnotizada, como si tuviera un imán Dafne se recrea en sus palabras, en su boca, en el tono de su voz, Arturo ha tocado su alma.


Su decisión está tomada: alquilará la habitación a Fran, pero no dejará de ver a Arturo. Le interesa la insistencia de Fran en lo transitorio de su situación. Serán unos meses, sólo para probar y percibir esos ingresos que le empiezan a urgir y luego... ya veremos.

Llamaré a mi prima Nuria que vive sola en Esplugues y tiene una casa enorme, se dice, y le pediré que acoja a Arturo por un tiempo, mientras monta su gestoría... Le diré que es un viejo amigo que está de paso por la ciudad... Si lo meto en casa como inquilino, se romperá el hechizo, piensa riendo por dentro...

Y la conversación de sobremesa, ya con los postres y los cafés, sigue su curso.

Ahora es Miguel el que interviene. ¿Sabéis? Con la edad he perdido intensidad. Ya no pongo el corazón en todo lo que hago. Eso hace más soportables los reveses. Como si desayunase bromuro todas las mañanas, nada me exalta ni me hunde. El tono es amargo y esconde el amago de una lágrima, es la mejor manera de contradecir con el gesto lo que ha verbalizado.

¿Recién divorciado? pregunta Fran.

A mí, sin embrago, interviene Arturo, me pasa lo contrario. He ganado conciencia y sentimiento con los años. Soy aquí y ahora más que nunca con toda intensidad. Supongo que porque valoro de forma diferente que cuando era joven cada vivencia, cada minuto que pasa y también porque creo que me conozco a mí mismo mejor que a los dieciocho años. La certeza de que me queda menos por vivir que lo vivido hace que me beba la vida a tragos largos, que cada inspiración llene mis pulmones de aire como si fuera la primera vez.

La tarde se alarga y la conversación languidece por los terrenos de la melancolía. Dafne sabe que ha llegado la hora de comunicarles su decisión. 

Fran, comienza a decir, puedes instalarte en la habitación. Te he escogido porque sé que no estarás aquí mucho tiempo y es lo que me conviene en este momento. Miguel, toma el teléfono de mi amiga Mari Paz, está en la misma situación que yo, aunque vive fuera de Barcelona, pero estará encantada en acogerte. Arturo..., si no te importa quédate un rato más, quiero hablar contigo en privado, creo que puedo ayudarte... Y el corazón incomprensiblemente se le acelera pensando en la posibilidad de quedarse a solas con él.

Dafne y Arturo a solas... en el capítulo 10.







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